domingo, agosto 25, 2002

ARGENTINA, UN EXTRAÑO PAIS..

Este “granero del mundo” con cincuenta y siete por ciento de pobres y veintisiete por ciento de indigentes, sobre una población total de 36 millones de personas, representa una paradoja de imposible comprensión si se ignoran algunas de sus características culturales.

Este país, en el que Joseph Stiglitz (a pesar de su reconocido e indudable perfil capitalista), es ovacionado por una izquierda que sólo escucha lo que quiere oír, y en el que la Reunión Temática Argentina del Foro Social Mundial (a pesar de su franco perfil contestatario), es boicoteada con su ausencia por la mayoría del sector “piquetero”, parece tener un alma sólo comprensible si se reconoce su casi irreversible tendencia a la destrucción propia y recíproca.

Una autodestrucción que parece encontrar un mórbido solaz en la autocompasión asociada a culpar a los demás de los propios problemas, sin buscar las salidas que puede tener en sus manos, porque esas salidas no se alcanzan a imaginar, o implican esfuerzos que no se desea hacer, o significan esperar tiempos que no se quieren aguardar, o contradicen las expectativas de solución que, según cierto discurso social dominante, deben ser ofrecidas por otros, y deben ser dadas, ya.

Si no fuera por el dramatismo del hambre doméstico que crece sin parar y el deterioro irreversible de algunos sectores sociales, esto podría ser motivo de muchos chistes de humor negro y de dudoso gusto.

Pero el absurdo supera toda comicidad para entrar en el plano de lo dramático.

Más, cuando, de cara a las elecciones, los viejos políticos olvidan la responsabilidad que les cabe en la actual situación y pretenden continuar con sus liderazgos repitiendo promesas vacías, que sólo hacen pensar en el desprecio que muestran hacia nosotros, los ciudadanos de a pié.

No hace mucho, me encontraba casualmente en una mesa de café a la que se acercó un político integrante de uno de los sectores más cuestionados del gobierno de la Provincia de Córdoba, y en cierto momento dijo textualmente “ahora, ha llegado la hora de nosotros, los honestos”.

Mi estupor fue tal, que hasta el día de hoy, un par de meses después, lo sigo recordando con asombro y sin poder explicarme como habrá de ser la intimidad de tan extraño personaje, que intenta ser parte, al mismo tiempo, de los aspectos más oscuros y más luminosos de la realidad social, esperando que esa ambigua pertenencia le permita seguir en el poder como líder (ayer de los desaguisados y hoy de los esperados cambios).

Extraño país, Argentina, en el que los mismos que hace unos meses se quejaban de que los desocupados no les dejaban circular con libertad a causa de sus manifestaciones callejeras de protesta, hoy lideran reclamos sociales con visos de líderes natos, asociándose sin memoria con aquellos que ayer miraban despectivamente.

Extraño país en el que se vuelve a discutir sobre los mismos viejos personajes de la política y las mismas viejas ofertas a la hora de proponer candidatos e ideas para las próximas elecciones presidenciales, como si una superestructura cultural operase a modo de corset de hierro de las ideas y de las iniciativas, encerrándolas en un círculo de eterna repetición.

Extraño país, en el que la pobreza y la miseria venían creciendo en forma alarmante desde hace muchos años, pero que sólo pareció volverse importante, cuando afectó a los ahorros de la clase media (a la que, por otra parte y por extraña coincidencia, pertenecen la mayoría de los periodistas).

Momento a partir del cual, los reclamos de sectores tradicionalmente postergados parecieron adquirir derechos de primera plana, como si fueran inéditos, y que parecen haber hecho que, asombrosamente, todos de la noche a la mañana, descubriéramos que éramos muy, pero muy pobres.

¿Tanto cambiamos en tan poco tiempo?

¿O es que no nos reconocíamos antes, o no nos reconocemos en este momento?

No dejo de lado la consideración del hambre extremo, que ha aquejado a muchos de nuestros compatriotas desde antes de ahora, cuando todavía buena parte de nosotros nos creíamos parte del primer mundo.

Ni ignoro la pérdida de los ahorros de un importante sector de la clase media, y la quiebra del sistema bancario.

Pero algo falla en nuestra propia imagen.

Ni antes éramos el país desarrollado que decíamos ser, ni ahora estamos en la situación de extrema pobreza que argumentamos.

Tenemos intactos muchos de nuestros recursos y la capacidad humana disponible es excepcional.

Quizás debamos preguntarnos porque no somos capaces de movilizar nuestras propias potencias, o porque no podemos ajustar nuestras imágenes a la realidad de lo que somos y de lo que nos rodea.

Al volver, ahora, a discutir como nuevos, los viejos y gastados liderazgos, ¿no estaremos mostrando que la incapacidad para reconocernos nos impide asumir la responsabilidad de nuestra propia conducción, como gentes maduras que se hacen cargo de sus actos y de sus aciertos y errores?.

Cuando los sectores afectados salieron a la calle a reclamar por lo que habían perdido, las asambleas barriales mostraron su potencia como formas de representación y semillero de nuevos líderes.

En estos grupos se reunieron sectores muy diversos, y si algunos eran adeptos a propuestas violentas, otros se mostraron decididamente partidarios del esfuerzo propio y solidario.

Lamentablemente, la confusión de tan distintas agrupaciones, y la fuerte manipulación que algunos sectores intentaran sobre esos incipientes grupos de democracia directa, pudieron haber desalentado la experiencia, pero en esas reuniones pudo verse el germen de la voluntad de llegar a un gobierno maduro, por parte de un pueblo que quería serlo.

Y en esas reuniones y asambleas, muchos de los que se animaron a proponer repetir con esfuerzo y sin violencia, la gesta de nuestros abuelos (que con mucho menos recursos construyeron la base de lo que hoy tenemos), sugerían tener la fuerza y la capacidad para llevar adelante su propuesta.

¿Pudo asustar, ese nuevo movimiento, a las endurecidas estructuras del poder local?

¿Pudo, esa vieja dirigencia, incapaz de vivir fuera del Estado, temer por la pérdida de sus espacios políticos?

El llamado a elecciones pareció cerrar ese proceso de apertura hacia nuevos líderazgos, al volver a replantear la discusión alrededor de los antiguos sectores de poder.

Sin embargo, nadie ha podido capitalizar esa fuerza social que se exhibe larvada a la espera de una renovación de cuadros y propuestas.

Mientras tanto, los pequeños talleres y las pequeñas fábricas vuelven a abrir las puertas que una mala política pública había condenado a la desaparición.

Poderosos lazos sociales se renuevan y más allá de cierta superficialidad de muchas propuestas, la solidaridad, base de construcción del tejido social, vuelve a instaurarse como valor importante.

Faltaría encontrar la manera de reunir a las gentes de buena voluntad, para que aproveche de sus capacidades en la reconstrucción del mundo que legaremos a nuestros hijos.

Si miráramos un poco más allá de nosotros mismos veríamos que no estamos tan mal como creemos, que estamos muy lejos de ser los dueños del sufrimiento del mundo, y que, con nuestro esfuerzo sostenido, podremos recuperar buena parte de lo que creemos desaparecido.

Incluso, es probable que podamos crear un mundo mejor.

Quizás más frugal, pero más sólido y más maduro.

Pero para eso parece necesario que dejemos de esperar que otros resuelvan nuestros problemas y nos aboquemos al esfuerzo de recrearnos.

Reconstruir la confianza en nosotros mismos puede ser el primer paso.

Reconstruir los lazos con el mundo que nos rodea, reconociendo nuestras responsabilidades y también los límites de los demás (que con frecuencia parecemos olvidar).

Animarnos a asumir los liderazgos necesarios para el diseño de nuevos programas de gestión

Reivindicar una inclaudicable honestidad y poner, con humildad, manos a la obra en la construcción de las pequeñas soluciones, que son, a la postre, el sustento en la edificación de cualquier país.

No sólo lo dijo Stiglitz.

También el Washington Post lo decía el 26 de abril pasado.

Es hora de que encontremos nuestras propias soluciones.

Sin duda, nuestros hijos nos lo agradecerán.



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