domingo, noviembre 18, 2007

Complejidad y Ambiente

En el post anterior, realizado hace ya mucho tiempo, señalábamos alguno de los diferentes puntos de vista a que daba lugar un conflicto como el de la instalación de papeleras, que Uruguay está autorizando sobre las margenes del Río Uruguay, que comparte con Argentina.

Y la discusión se sigue planteando alrededor de los interrogantes respecto a los efectos contaminantes de las plantas de producción.

Esa confrontación separa las aguas, pues mientras los uruguayos sostienen que las papeleras no van a contaminar, los argentinos dicen lo contrario.

Más allá de las razones espurias y no ambientales que pueden estar atrás del conflicto, hay algo que hace a lo estrictamente ambiental, que merece ser considerado muy seriamente.

En primer lugar, es necesario señalar que lo que llamamos "contaminación" es sólo uno de los modos en que incide la actividad humana sobre el entorno, en el proceso cultural de transformar los recursos naturales, de que nos servimos en nuestra vida doméstica.

Junto a la "contaminación", debemos analizar la "degradación" y el "deterioro", que sufren, tanto al ambiente como los recursos naturales, durante el proceso de generar los bienes y servicios que la mayoría de nosotros considera indispensables para el desenvolvimiento de sus labores profesionales y personales.

Citemos como ejemplo a la sobre pesca y a la desforestación, dos actividades que, en general, no implican contaminación y que son muy nocivas para el medio natural.

En segundo lugar, es indispensable señalar que los sucesos naturales y las actividades culturales que permiten nuestra supervivencia en este planeta, implican niveles inexorables de transformación del entorno, sin los cuales el "nicho" humano no existiría.

Valga como ejemplo la contaminación, que en muchos casos la naturaleza sola produce, que ha sido indispensable para configurar el mundo natural que conocemos, como es el caso de
las cianobacterias primitivas, productoras de todo el oxigeno atmosférico que nos permite respirar.

O la agricultura, actividad que para ser desarrollada requiere de la inevitable destrucción de la biodiversidad preexistente, para sustituirla para cultivos homogéneos (monocultivos) de trigo, cebada, girasol, forrajes, etc .....

Eso señala que la transformación de la naturaleza está naturalmente implícita, tanto en sí misma como en nuestras actividades culturales, y muestra, sin dejar lugar a dudas, que cierto grado de transformación del entorno es absolutamente inevitable, mal que les pese a los fundamentalistas que, contradictoriamente, rechazan los procesos de producción de los mismos bienes y servicios que usan.

Sin embargo, es inevitable reconocer que los problemas ambientales existen, y que, en algunos casos, son de gravedad inusitada.

Por lo que se hace necesario, en cada caso concreto, establecer los rangos de admisibilidad de los procesos de transformación -sean sus efectos de contaminación, de degradación, o de deterioro- incorporando en los análisis las variables que hacen a la capacidad de "reproducción" y de "soporte" de los sistemas de naturales, cimientos de todo el sistema humano.

Y si bien esa es la base evidente de la sustentabilidad, pasar de los enunciados a las aplicaciones concretas requiere de una transformación de nuestros modos teóricos de abordaje.

Nuestra educación está basada, y reproduce interminablemente, los principios mecanicistas, deterministas y reduccionistas, que hemos heredado del trabajo teórico de los últimos siglos.

Pero, en la medida en que, en esa mirada están excluidas las pequeñas causas, las relaciones cruzadas, el azar y el enfoque holístico (por sólo mencionar algunos elementos), nuestro actual bagaje teórico resulta insuficiente para abrir caminos de comprensión de los problemas que abarca la problemática que nos ocupa.

Y si la teoría falla, inevitablemente caemos en la repetición de las creencias, que no por irracionales pierden su carácter seductor y aparentemente explicativo.

Desgraciadamente, la mayoría de nuestras Altas Casas de Estudios, omiten la enseñanza de la complejidad, y con ello hacen caso omiso de la mejor producción teórica del siglo XX, quitando a los actores tanto las posibilidades de comprender, como de operar con eficiencia en los procesos de los que son parte.