lunes, enero 07, 2008

Medio ambiente: ¿un mito urbano?

Quienes trabajamos desde hace muchos años en temas relacionados con la protección ambiental, advertimos las formas que ha ido asumiendo el discurso ambientalista, y la manera, en la que algunas de sus líneas, han derivado de modo creciente hacia planteos míticos y principistas, alejándose de pautas técnicas y -en algunos casos- hasta de sentido común, necesarias para lograr resultados efectivos.

Reconozcamos que los problemas ambientales han acompañado a los seres humanos desde el momento en el que nuestros antepasados aprendieron a manejar el fuego, es decir, desde hace algo menos de un millón de años, y que son parte de las turbaciones inevitables que se producen al extraer y procesar las materias primas y los productos de los que nos servimos en nuestra vida cultural.

Recordemos también que muchas civilizaciones se extinguieron a causa de no haber podido administrar con sabiduría su medio ambiente (como es el caso de la civilización maya, y de culturas insulares, como que la se había desarrollado en la Isla de Pascua), lo que muestra que los problemas ambientales no son patrimonio exclusivo de la revolución industrial, si bien se han agravado en las últimas décadas, asociados al incremento en los volúmes de producción de bienes, a consecuencia del crecimiento de las propuestas consumistas, en el marco del incremento poblacional.

Pero, si vemos nuestro presente cargado de admoniciones, advertimos que el tratamiento de lo ambiental, a más de catastrófico, está asociado a la reiteración de algunas ideas elementales, que se enraizan en los mitos de todos los pueblos, y que crecen cobijados por la creciente civilización urbana, alejada de toda experiencia vivencial del proceso de transformación de bienes y recursos de los que ella misma depende, y por la parcial ausencia de herramientas teóricas que nos permitan comprender la dinámica interna de los devenires planetarios de los que somos parte.

Veamos algunos de sus principales componentes:

En primer lugar, la repetición del mito.

Todos los pueblos tienen entre sus mitos, la referencia a tiempos felices, en los que hombres y mujeres vivían en armonía entre sí y con la naturaleza.

Y así como los pueblos mediterraneos rememoraban a la vieja Arcadia, antigua ciudad en la que todos eran felices, hoy atribuímos ese estado a las viejas comunidades aborigenes, mientras que, como en todas las épocas, repetimos la descripción de un presente protagonista de una crisis inédita y el futuro se exhibe como horrorosa contracara de aquel paraíso ancestral.

Como alternativa, se propone volver a una vida bucólica y apasible, que nos va a permitir reconstruir aquel tiempo perdido.

“De Arcadia a Utopía” podría ser el núcleo contundente de buena parte de las propuestas de algunos sectores pro-ambientales.

En segundo lugar, los malos son “los otros”.

Esos mismos mitos, explican que “los malos” (los “otros”, los “extranjeros”, -¿hoy serían los “intereses internacionales”?-...) llegaron para destruir esa felicidad y colaborar a construir nuestro presente de dolor.

Un sentimiento generalizado nos excluye de las mayores responsabilidades, porque nos parece poco creíble, que nuestra vida diaria -personal, privada y pequeña-, que por doméstica nos parece natural, pueda contener factores tan dañinos como los que les atribuímos a “ellos”.

En tercer lugar, el manejo del miedo y de los espacios de poder.

Si se logra que la población crea que la catástrofe es cierta e inevitable, los que adviertan ese futuro serán profetas, merecedores del poder necesario para señalar el camino de salida.

Además, quienes consigan fortalecer la idea de que los responsables son “los otros”, y logren proyectar el “ellos” hacia sectores sociales que despierten resentimientos (por cualquier causa), habrán dado un enorme paso para constituirse en importante factor de poder.

En cuarto lugar, el discurso urbano.

El hombre urbano está cada vez más ajeno a las etapas inevitables que acompañan los procesos de transformación de los recursos en bienes de uso cotidiano y doméstico.

Hace un tiempo, una usina láctea cordobesa, realizaba una publicidad en la que aparecían dos niños conversando, y uno le preguntaba al otro: “¿para que sirve la vaca?”, a lo que el otro contestaba: “¿de donde crees que se saca la leche, el queso, el dulce de leche....?”, a lo que el primero respondía: “y.....de La Lacteo (que era el nombre de la usina)”.

La mayoría de las personas que viven en ciudades han perdido la noción de las operaciones necesarias para poner a su disposición los bienes que consume y su relación con los procesos de la naturaleza.

El agua sale de la canilla, la luz la provee la empresa de energía y la carne se compra en el supermercado.

Nadie quiere pensar que los procesos cruentos que la producción incluye, tienen algo que ver con la demanda, o con el propio consumo.

Eso define una ignorancia casi completa respecto a todos los pasos, que tanto la producción de materias primas como los procesos industriales posteriores, son necesarios para lograr ese producto que tan fácil e inocentemente carga en el carrito del supermercado.

Por ello, cuando alguno de esos innumerables y habituales procedimientos productivos o industriales se hace público por alguna razón casual o interesada, causa increíble estrépito.

Una quinta razón estriba en la ausencia, por parte de los sectores académicos de formación interdisciplinaria y de conocimiento de la “complejidad”, como objeto de estudio.

La falta de percepcion interdisciplinaria, hace que expertos de una ciencia validen afirmaciones que son falsas desde las miradas de otras disciplinas, por lo que en muchos casos, la difusión pública de uno o de otro discurso, depende no del mejor conocimiento del tema, sino de la mayor o menor proximidad a centros de poder.

Esto es visible en la discusión respecto a las causas del cambio climático global, en la que disciplinas con “menos prensa” encuentran mucho menos responsabilidad humana de la que se expresa en los discursos dominantes.

A su vez, los “objetos complejos”, entre los cuales el ambiente es una expresión por excelencia, sólo han empezado a ser motivo de estudio a partir del siglo XIX y XX, sin que todavía ese conocimiento se haya extendido lo suficiente entre nuestras Casas de Altos Estudios, por lo que aún se pretende comprender con métodos inadecuados sucesos inabarcables por estos.

Esto no significa que no tengamos problemas ambientales y que los mismos no sean de gravedad. Significa, en cambio, que para poder reconocer los problemas existentes y para poder operar sobre ellos debemos superar las descripciones míticas; escuchar los consejos de los expertos, pero desconfiar de los gurúes; reconocer que las actividades productivas son cruentas en sí mismas, por lo que el daño ambiental se puede minimizar, pero no evitar; que es necesario asumir que cada uno de nosotros es responsable de buena parte de los deterioros producidos en el entorno, y que debemos aprovechar mucho más del conocimiento existente respecto al abordaje y gestión de los objetos complejos.

Sólo así estaremos en vías de aproximarnos a resolver los múltiples desafíos que se avisoran en el futuro cercano.

No hay comentarios: