jueves, marzo 06, 2008

Argentina.
Energía, medio ambiente y territorio.

Acostumbrados a ser oyentes de un discurso ambiental naturalista, solemos ignorar que los procesos ambientales suceden integrados con los desarrollos tecnológicos, configurantes del entramado de nuestra cultura.

A su vez, todos los sucesos naturales, y por ende, los sucesos humanos, se producen asentados en territorios definidos.

La energía, base primaria de nuestras vidas y de nuestra actividad productiva, no es ajena a ello.

Así, medio ambiente, energía, tecnología y territorio, constituyen aspectos inseparables, que se interdefinen y se reformulan una y otra vez.

Por eso, la crisis energética por la que atravesamos se proyecta sobre todos esos aspectos, por lo que el modo correcto de buscar alternativas de solución, es analizando su inscripción en ese marco complejo.

Hasta ahora, al menos por lo que podemos deducir de las escasas manifestaciones públicas realizadas por nuestras autoridades, las posibles soluciones que se buscan para satisfacer la carencia local de energía, giran alrededor del análisis de dos aspectos funcionales, producir más y consumir menos, descuidando la opción estructural de administrar mejor la energía que producimos, relacionándola con la posible aplicación de otras tecnologías y con la gestión de la distribución territorial de los consumos.

Por su parte, este análisis territorial que aconseja toda buena mirada política, puede ofrecernos inesperadas y sorprendentes soluciones en campos aparentemente ajenos al tema, en la medida en que pueden definir otra concepción geopolítica y ser motivo una amplia planificación estratégica que llegue a cambiar la estructura social y productiva argentina.

Si hacemos una análisis de la ubicación de las principales fuentes de producción de energía que no dependen de la disponibilidad de combustibles fósiles, veremos que las mismas están ubicadas en zonas muy específicas: en la zona cordillerana, el norte del país y en la patagonia.

Para acercar la energía producida en esas zonas a los centros industriales del cinturón porteño, se requiere de miles de kilómetros de tendidos eléctricos de alta tensión, que por la resistencia y el calor que naturalmente generan, producen una pérdida de casi el 30 por ciento de la energía total.

Frente a ello existe una solución técnica de muy alto costo, como sería la de hacer las trasmisiones de energía con sistemas de corriente continua (en lugar de la alterna que hoy se usa), que bajaría la pérdida a menos del 1 por ciento, lo que, en abstracto, nos daría disponibilidad sobre el todo excedente.

Esto requiere de cálculos comparativos de disponibilidades e inversiones actuales y futuras, en relación a construir nuevas centrales o cambiar al sistema de transmisión, pero a largo plazo, teniendo en cuenta los problemas energéticos que se avecinan en el mundo, nos daría indudables ventajas, al agregar disponibilidad energética sin necesidad de aumentar la necesidad de fuentes de energía primaria.

Pero también, el sólo hecho de acercar físicamente los emprendimientos industriales a los centros de producción, nos reportaría una disponibilidad energética equivalente a varias centrales, sin necesidad de agregar un sólo kilovatio a la producción actual, si bien esto podría requerir de un replanteo del funcionamiento del sistema interconectado nacional.

De todos modos, vemos que, ir reorientando la radicación y reasentamiento de industrias hacia las zonas de mayor producción energética, podría, en el mediano plazo, mejorar notablemente la ecuación “producción - consumo” de energía, en un mundo en el que, como decíamos, la energía se va a ir transformando en un factor cada vez más crítico.

Avanzando en este análisis, nos encontramos frente a una situación absolutamente afortunada: dos de las principales zonas de producción de energía por fuentes naturales, el norte y la patagonia, se corresponden con los dos principales corredores bioceánicos, cuyo estudio y propuesta de concreción viene realizándose desde hace muchos años, y a los que se les han apostado grandes y sostenidos esfuerzos: los corredores “Porto Alegre – Antofagasta”, al norte (que ha merecido un muy reciente reclamo por parte de las provincias interesadas), y “Bahía Blanca – Concepción” al sur.

Ambos de gran valor estratégico tanto para el desarrollo de la macroregión, como de las economías locales que se verían fuertemente beneficiadas.

En los dos casos, se cuenta con infraestructura portuaria, caminera y ferroviaria, que sería necesario optimizar para materializar sistemas de transporte multimodal eficientes y efectivos, pero buena parte de esos recursos (al menos para hacer las inversiones básicas) podrían provenir de la postergación de obras de lujo (como la construcción del “tren bala” que unirá Buenos Aires con Rosario y Córdoba), y de apoyos y aportes de los países que se verían directamente beneficiados (como Brasil, Paraguay, Bolivia y Chile, en el norte; y Chile en el sur), y de todos los que pudieran obtener beneficios indirectos al facilitar sus sistemas de tráfico y transporte.

A su vez, se integrarían perfectamente con el diseño de las redes de grandes poliductos, que, desde Venezuela al sur, se proponen para toda América Latina.

Por su parte, que la radicación de industrias lejos de los puertos de Buenos Aires y Rosario, no obstaculiza su éxito, lo ejemplifican las estructuras industriales de Córdoba, Mendoza o San Luis (mencionadas sólo como ejemplo), y en especial esta última que, más allá de las simpatías o antipatías que genere su gobierno familiar, ha sabido llevar adelante un sólido plan de desarrollo sin siquiera contar con fuentes propias de energía.

Otro beneficio adicional, lo lograrían tanto la Ciudad como el gran Buenos Aires, al disminuir la presión territorial debida al crecimiento urbano e industrial, que plantean problemas que se acercan, cada vez más, a lo irresoluble.

Obviamente, llevar a la práctica una propuesta de este tipo, implica el replanteo de una política territorial implícita, que ubica a la Ciudad y al puerto de Buenos Aires como nodos de todo el desenvolvimiento de la vida de la República Argentina, determinando una reestructuración mucho más armónica y racional del territorio de todo el país.

El creciente problema de la energía, que en el momento actual y en nuestro país, puede deberse a la aplicación de malas políticas locales, se encuadra en las crecientes exigencias que plantean el progresivo agotamiento de los hidrocarburos, lo que en el mediano y largo plazo, puede llegar a condicionar el futuro de toda la cultura humana.

La intensión de este esbozo, propuesto desde la gestión del ambiente y del territorio, es sugerir otra perspectiva respecto al modo de abordar el problema energético, revisando tanto sus aspectos funcionales como los estructurales, para que se busque, junto a las soluciones de corto plazo, otras capaces de generar líneas estratégicas de largo alcance, destinadas a mejorar la calidad de vida de todos, además de mejorar nuestro esquema de inserción en el mundo.